Había querido hablar del mar y podía haber dicho algo como esto: “Fue el mar, más que ninguna otra cosa quien hizo que empezara a pensar en secreto acerca del amor. Un amor, ya sabes, por el que valga la pena morir, o un amor que te consuma. El mar, para un hombre encerrado todo el tiempo en un barco de acero, es algo muy parecido a una mujer. Le son familiares sus tormentas y sus calmas, o sus caprichos, o la belleza de su seno al reflejar el sol poniente. Y más aún: estás en un barco que monta el mar y lo cabalga, y al que sin embargo el mar constantemente se resiste. Es el viejo proverbio acerca de las millas y millas de agua maravillosa donde, sin embargo, no puedes apagar tu sed.”
Yukio Mishima
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