Amanecí seco y los helechos habían muerto, las plantas estaban amarillas como el maíz.
Mi mujer me había abandonado y las
botellas vacías, como cuerpos desangrados, me rodeaban con su inutilidad; el sol aún servía, sin embargo, y la carta de la propietaria, agrietada con su tinte amarillento fino y nada exigente; ahora, que venga un buen cómico a la antigua, un bufón, con chistes sobre el absurdo del dolor:
el dolor es absurdo porque existe, nada más; con cuidado afeité, usando mi vieja navaja, al hombre que había sido joven y, según decían, genial; pero, he aquí la tragedia de las hojas, de los helecho muertos, de las plantas muertas; entonces salí al pasillo, oscuro, donde esperaba la propietaria execradora y final, mandándome al diablo, agitando sus brazos gordos y sudorosos
y gritando, gritando por el arriendo porque el mundo nos había defraudado a los dos.
Charles Bukoswki
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